“Entre el silencio y la fuerza: Un Día Sin nosotras"

                                                 Juan Francisco Lomelí Rafael  

Profesor normalista
Lic en pedagogía,  maestrías en ISIDM y UNIVEs.
Doctorado en Universidad Santander
Director de USAER

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 La lavadora zumba en el rincón de la pequeña cocina. El sonido monótono se mezcla con el clic de mi teléfono al enviar un mensaje a mi esposo. Como tantas veces, él avisa que llegará tarde debido a urgencias en el trabajo. No lo esperaré para cenar.

    Lupita, nuestra hija, está sentada en la mesa, lápiz en mano, tratando de completar la tarea que le dejaron en su primer grado de primaria. La animo a terminar, aunque su atención se desvía hacia la ventana. Allí, Javier, su hermano quien le sigue en edad, juega en el patio trasero. Le grito que ya es hora de entrar a casa y dormir.

    Entre mensajes a Carlos y Arturo, mis otros dos hijos, me doy cuenta de que aún no he preparado el material que debo llevar mañana a la escuela primaria donde trabajo. A las seis de la mañana, saldré corriendo para llevar a Javier a la secundaria. Por suerte, un solo camión me deja cerca de la primaria donde también llevo a Lupita. Por fortuna el director accedió que ella esté también en esta escuela.

    Carlos y Arturo, en cambio, se dirigen a la preparatoria por su cuenta. Recuerdo cuando los tres estaban en primaria y secundaria al mismo tiempo. Aquellos días eran un torbellino de logística: llevarlos a la escuela, llegar puntual al trabajo y ayudarles con sus tareas. A veces, parecía que tenía que dividirme en dos para cumplir con todo.

    Y así, en nuestra apretada casa, sigo yendo y viniendo en este lunes por la noche. Es igual a todos los lunes de las semanas, a todos los días del mes, a todas las semanas del año desde que me casé y los hijos comenzaron a llenar nuestro hogar.

    No me quejo, pero sí me siento cansada. Además de trabajar en la primaria por las mañanas, atiendo a algunos niños por las tardes, dando terapias físicas o ayudándoles a regularizarse en sus estudios. Es un esfuerzo extra para contribuir a los gastos familiares.

    Así es mi vida, llena de responsabilidades y amor. A veces, me pregunto si algún día tendré un momento de descanso. Pero luego miro a mis hijos y sé que cada sacrificio vale la pena.

    Los cantos de los pajaritos llenan mi hogar, y los ruidos que hacen se entrelazan con las caricias de los dos gatitos que rescaté de la calle. Estaban abandonados, pero ahora encuentran refugio en nuestra casa. También están los tres perritos chiqueados, con sus ojos tiernos y sus colas moviéndose en señal de alegría. Mis hijos juegan con ellos, y sus risas llenan cada rincón.

    Sin embargo, mi vida no se asemeja en nada a la que llevó mi madre con su carga de once hijos. La suya fue una vida de lucha y sacrificio. Afortunadamente, yo tuve la oportunidad de estudiar y procurarme una vida diferente. Mi madre me cuenta cómo batalló y obró milagros para sacarnos adelante. Mi padre, un campesino, apenas ganaba lo suficiente, y su aporte se reducía cuando decidía irse de juerga.

    Así que mi madre, además de cuidarnos a nosotros, lavaba ropa ajena y planchaba por las noches. Cuando el alboroto de nuestra casa de once hijos cesaba, ella seguía trabajando. Los reclamos y exigencias de algunos de nosotros me imagino que eran lacerantes para ella, que no comprendíamos lo agotada que podía estar.

    Los rezos eran su bálsamo en esas noches interminables. Su voz pausada llegaba a las pequeñas habitaciones donde nos apretujábamos. Éramos cinco mujeres y seis varones. Aún recuerdo las palabras que repetía: “…A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas…” Ese valle de lágrimas en el que mi madre se sumía noche tras noche, planchando, con el temor de que mi padre, en sus días de embriaguez, llegara y comenzara con sus reclamos y gritos. A veces, la violencia se entremezclaba con los golpes.

    En mi vida, también hay cansancio, pero es diferente. Trabajo en la primaria por las mañanas y atiendo a niños por las tardes para contribuir a los gastos familiares. No es fácil, pero no me quejo. Miro a mis hijos y sé que cada esfuerzo vale la pena. A veces, cuando escucho el canto de los pajaritos, siento que mi madre está conmigo, susurrándome palabras de fortaleza en este valle de lágrimas que también es mi hogar.

    Mi esposo no es violento, pero cuando bebe, se vuelve romántico y persiste en que compartamos un momento juntos. No puedo decir que disfrute el olor a alcohol en su aliento ni su sudor. Sin embargo, como decía mi mamá, hay que aceptar la cruz que uno decidió cargar.

    Ahora que lo pienso, estamos en marzo, y escuché en la radio que la Cámara de Diputados ha declarado el 9 de marzo como el “Día Nacional Sin Nosotras”. Su propósito es visibilizar la importancia de las mujeres en la sociedad y su lucha contra la desigualdad, la violencia y la falta de oportunidades. Aunque este es solo un dictamen enviado a la Cámara de Senadores, espero que lo aprueben y sea publicado pronto. Al menos, tendremos un día en el que podremos olvidarnos de nuestras responsabilidades, y los hombres deberán valerse por sí mismos, sin pedirnos ayuda para todo.

    Mi comadre me habló sobre este día. Ella fue valiente al dejar a su esposo en la Ciudad de México y mudarse a esta ciudad del occidente. Se cansó del maltrato, las injurias y la falta de atención por parte del padre de sus cuatro hijos. Salió solo con el pasaje y unas pocas mochilas de ropa. Afortunadamente, su hermana vivía aquí y la acogió por un tiempo. Mi comadre es una luchadora y encontró trabajo rápidamente.

    Me dijo que este movimiento comenzó a nivel internacional en 2017 y llegó a México en 2020, en que hubo un paro nacional, aunque pocas mujeres estábamos al tanto. Personalmente, no suelo participar en esas manifestaciones. Tengo demasiadas responsabilidades en casa como para perder tiempo en ellas. Pero celebro que otras mujeres se unan y luchen por un mundo más justo.

    El año pasado, tomé el día. El director nos permitió faltar y recuerdo una tarjetita que me envió un compañero de trabajo que decía: “Un paro es un acto de voluntad para manifestar una inconformidad. Cuando pides autorización, minimizas su impacto. Cada mujer decide sumarse o no. Es por convicción, porque te interesa sumarte. La autoridad solo puede solidarizarse y no debe generar represalias. Si lo hiciera, afrontaríamos la situación, sin quedarnos calladas. En un paro, no se pide permiso; aunque sería favorable avisar. Malala Yousafzai se atrevió. ¿Y tú?”

    Este mensaje me ha hecho pensar en que necesito atender este llamado y lo haré por convicción. Estoy cansada de soportar tanta carga de trabajo. Quiero que Lupita tenga un futuro mejor. Me imagino a ella y a mí ese día, haciendo lo que queramos, excepto trabajar o realizar tareas domésticas. No serviré a mis hijos, quienes, al igual que su padre, son bien atenidos. Ya verán ellos como resuelven lo de sus comidas o de atenderse en las cosas en que siempre me necesitan y que ellos pueden hacer.

    Basta de pensar tanto. Tengo que adelantar trabajo para evitar acumulaciones de actividades en la semana, para no terminar el sábado  agotada como una burra con doble carga, además, ese día es el 9 de marzo y debo estar alerta para participar en el paro, el día en que se las arreglarán Sin Nosotras.

    Así que, mientras la lavadora sigue su zumbido y el mundo duerme, me prometo a mí misma: seré valiente como Malala Yousafzai y muchas otras mujeres que han decidido emitir un grito silencioso, a sumarse a ese día nacional Sin Nosotras.  Me uniré al paro, no por el consentimiento de esa iniciativa política, sino por convicción. Porque cada mujer decide sumarse, y yo elijo sumarme. Debo de alguna manera hacer que me escuchen mediante el silencio que habrá en las calles con la ausencia de las mujeres, en los centros comerciales, en el transporte, en cualquier espacio público. Me quedaré en casa a disfrutar de ella, pero sin hacer ninguna actividad que no sea la de atenderme a mí misma. Porque el paro no es solo no ir a trabajar o dejar de trabajar en casa. Es que ninguna mujer se le vea en ningún lugar, es invisibilizarnos a voluntad ese día, para que se nos visibilice en el día a día.

    Consulta 

Cámara de Diputados (024) Dictamen:  9 de marzo "Día Nacional Sin Nosotras". 👉Boletín 6089/27/02/2024

Hasta pronto

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